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 Reproduzco el texto con el que colaboré en el catálogo de la exposición de Javier Puértolas en Binéfar y, tras la visita a la muestra y vistas las piezas en vivo y en directo, me reafirmo en cada una de sus líneas

Javier Puértolas, maestro de la pintura

 

Quiero afirmar y digo, que hemos creado un inevitable mundo ficticio, fragmentado, sintético, estridente y artificial para nuestro deleite personal. Además cabe subrayar que el inconsciente personal / colectivo se alimenta tanto de la cultura de la imagen, la televisión o la publicidad como de los llamados “mundos interiores” revelados por el microscopio. Todo ello nos ofrece en cada circunstancia un complejo conjunto de partes fragmentadas, contrastes y secuencias rápidas, o sea una heterogénea enciclopedia de formas posibles, todas ellas con identidad propia.

(Javier Puértolas. Ininterrumpidamente. Noviembre de 2002)

 

No haberme enfrentado  directamente a la obra, no haberla tocado, podría parecer que limita mis posibilidades de opinión cuando quiero analizar el trabajo de este altoaragonés cuya trayectoria justifica el modo de usar el lenguaje del arte que ha elegido, como justificaría cualquiera otro que hubiera preferido usar. Servirme de un ordenador  para conocer la obra de quien firma el texto con que se inicia esta reflexión me parece que coloca esas posibilidades en un digno punto de partida. Las opiniones sobre una pintura que se estructura entorno a las visiones micro o macroscópicas –que precisan en ambos casos de lentes, proyecciones y pantallas– no creo que pierdan interés sino que incluso pueden acrecentarlo cuando se originan en una mampara luminosa.

He leído, he visto y he oído el trabajo de Javier Puértolas a través de uno de los sistemas de comunicación contemporáneos que han conseguido crear una realidad inventada y ficticia que tanto tiene que ver con su manera de entender el arte. La red supone un permanente acto de creación por parte de quienes no se limitan a leerla, sino que la van llenando progresivamente de contenidos. Y Puértolas lo hace con cada uno de sus proyectos. Ininterrumpidamente.

El porcentaje de irrealidad del que nos hemos revestido en los últimos tiempos hace que incluso los más reacios a admitir la importancia de la imagen en nuestro mundo –esa capa que nos envuelve, a la que algunos han llamado iconosfera, y se hace cada vez más imprescindible para la vida– adviertan cómo la imagen le va ganando la partida a la realidad. Los cristales planos que simulan la tridimensionalidad dominan sobre la tridimensionalidad que nos ofrece la naturaleza, de la que nos separan paulatinamente algunos que otros caparazones que se hermetizan en progresión directa con nuestro sometimiento a las pantallas.

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Desde el Congreso de la Asociación Española de Críticos de Arte celebrado en A Coruña hace ya algunos años, he defendido la necesidad de una didáctica de la crítica de arte que permita que quienes la practicamos planteemos la posibilidad de que el lector que tiene en sus manos nuestros textos quiera acceder por vez primera al complejo mundo de la creación artística. La pintura de Puértolas puede provocar comentarios que se eleven por encima de la propia obra, densa y fuerte, aptos para avezados lectores de la literatura artística. Pero resulta de igual modo un buen cuaderno de trabajo para cualquier comentarista de arte que pretenda introducir a los aficionados bisoños.

Sus piezas impactan por una cromática exultante que hará que plumas certeras introduzcan al lector en mundos ensoñados, nuevamente irreales, pero son también pizarra de escuela en la que se introduzca a cualquiera de sus veedores que lo necesite en los fundamentos primeros de esa cromática. En el peso que cada uno de los tonos adquiere cuando campa por sus soledades o le acompaña una gama de próximos u opuestos. La modulación que hace vibrar los microespacios o los orbes tras un preciso trabajo en las paletas. La calidez de las masas que se estructuran mediante el color y el gesto.

Un gesto que llevará a críticos avezados a la descripción de intrincados mundos ficticios, fragmentados, sintéticos, estridentes y artificiales que lanzarán al lector hasta la cuarta o la quinta dimensión. Pero que les permitirá, si lo prefieren, introducir al visitante en el recorrido por las telas analizando los elementos básicos de la forma: el punto, la línea y el plano que nos enseñó Kandinsky. Con los que Puértolas estructura las tensiones internas del volumen creando redes enmarañadas que añaden una dinámica permanente a sus piezas. Puede aparecer como soterrado el mundo formal por la fuerza imparable del color, pero es un paradigma al que puede acudir el espectador para consolidar su percepción de la pintura.

No están precisamente de moda las didácticas, ni los profesores, ni las academias. Quienes rigen la vida de los pueblos han perdido de vista la importancia de un buen aprendizaje que debe permanecer a lo largo de la vida.  Lo inmediato, lo fácil, lo sorprendente, lo superficial, lo rabiosamente actual es la moneda que ha escalado hasta la cima de la jerarquía de valores que sostienen la sociedad actual.  Sin duda la condición de profesor, de maestro de la pintura, de Javier Puértolas que se manifiesta con claridad en su trabajo, constituya para algunos una rémora pero, en mi opinión, en un valor añadido a los muchos que trabajo contiene. Es una pintura que permite el aprendizaje de la pintura por parte del espectador, algo que me interesa especialmente desde hace tiempo.

La manera de este profesor de la barcelonesa Escola Masana, una de las cunas más cuidadas del arte español contemporáneo, evidencia un proceso en el que, pese a los resultados, poco se deja a la planificación previa. La libertad es una de las cualidades intrínsecas de su gesto al que se permite una permanente y total improvisación. La búsqueda de nuevos caminos –con la que cumple sobradamente­ y de manera casi obsesiva– coincide a la perfección con uno de los objetivos que parecen ser universalmente tenidos en cuenta cuando se habla de arte o, más concretamente, de pintura: el hallazgo de nuevas rutas por las que discurra la práctica de esta actividad humana que iniciaran los habitantes de las cavernas prehistóricas dejando la imagen de sus manos sobre las paredes de la cueva.

 

Quizás los modos actuales no se hallen tan distantes de aquellas primeras tentativas porque, en el fondo, esa necesidad que sintieron los primeros humanos de advertir al futuro que yo he estado aquí, sigue presente en muchos de los intentos, acertados o fallidos que cuelgan de museos y galerías de arte que el paso del tiempo se encargará de seguir dejando o no en las paredes de las modernas cuevas de diseño.

El caso de Javier Puértolas, para este comentarista, debería permanecer ininterrumpidamente por su aportación decidida al desarrollo de un lenguaje, el de la imagen, que ejerce desde el taller en que orienta a sus alumnos, maestro al fin de la práctica del arte, pero sobre todo desde su manera de llevar a cabo la práctica de la pintura que, en esta exposición, se acerca a sus paisanos.