Las exposiciones de esta década han  provocado textos de diverso gramaje. Comenzaré por el que preparó Ángel Azpeitia para la exposición en el zaragozano palacio de Montemuzo el pasado mes de enero de 2014.

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Antológica de Fernando Alvira. Reflexiones sobre su pintura y su varia actividad cultural

Para una exposición como la que Fernando Alvira Banzo (Huesca, 1947) nos propone, tan importante y motivadora para quien firma este texto en su catálogo, no me satisface un sistema y protocolo al uso en circunstancias semejantes, ni siquiera aquéllos que de modo más habitual he adoptado otras veces. Por ello pienso que quizá proceda un cambio en las prioridades, en el orden y en el nexo de los distintos aspectos que se han de plantear. Todo ello a fin de que se refleje expresamente el nivel y la riqueza del conjunto en sus facetas personales, artísticas y en concreto pictóricas.Y no me resistiré a precisar que me refiero al oficio -no importa repetirlo- de poner colores en una superficie. Además considero imprescindible señalar los muchos ejercicios que nos unen en el mundo de la cultura y de las artes. Esto aconseja, aunque sea insistencia, que incluya apuntes curriculares.

Pudiera ser difícil elegir un punto de partida que facilite el adecuado desarrollo; pero, tratándose de pintura y del acontecimiento, la exposición que nos ocupa, parece deberemos referirnos primero a la actividad expositiva del protagonista, que me ha supuesto, además, una repetida oportunidad -no la única- de confluencia con él. Por la actividad aludida le he dedicado un alto número de comentarios, notas de prensa y críticas. Resulta imposible recopilar todos ellos en el espacio, más bien breve, que el catálogo reserva para este artículo, dentro de los módulos habituales de Montemuzo. Poco más que a manera de ejemplo indicativo recordaré que, solo en lo que afecta a Heraldo de Aragón, de lo que tengo un fichero riguroso, aunque se limite al tramo 1962-2001, figuran allí no menos de una docena de fichas sobre Fernando Alvira para este período. Según me dice Fernando, pese a coincidir la actual con el 45 aniversario de su primera exposición pública, que fue en la Diputación de Huesca y en diciembre de 1968, presentará ahora pintura desde el año 2006 en adelante. Lo que implica una frontera cercana. Aún no he podido ver toda la obra concreta que expondrá; pero conozco bastante los colectivos y dispongo de muy amplios y diversos datos al respecto.

Por lo que tengo noticia hasta el momento, el comentario que más encaja con los propósitos es uno breve, de octubre del año 2011, para la exposición “Somontanos“, en la Sala Goya, UNED de Barbastro. Sin tratarse de algo definitivo le profeso un cariño especial, porque era el primer artículo después de una grave enfermedad, es decir, el reinicio de mi trabajo en Heraldo. Y me enorgullece que versase sobre Fernando Alvira Banzo. Decía entonces que el título sugiere ya un elemento temático. Pero que bien sabe su propio autor que la descriptiva no lo es todo en el mundo de la pintura, donde se ha de valorar tanto lo que se dice como el modo de decirlo, es decir los procedimientos y sus pautas de uso. En el ajuste de los distintos niveles -de concepto, argumentales y técnicos- reside precisamente la calidad de una obra. En este caso, propuesto como una pequeña antología, puesto que incluye datas desde 1968 hasta el momento (entonces 2011), hay un sólido concepto, con aportaciones de gran interés, que desarrolla a través de no poca variedad de medios y facturas, entre las que incluye grados de toque y hasta de colorido. Ambos marchan en general hacia más libre y más intenso. También hay un panorama abierto de concepciones, que refleja la polifacética personalidad de Fernando Alvira: pintor, crítico, profesor, académico y gestor cultural, entre otras cosas. Pero ahora -siempre entonces- no aludiré a los ecos de estilísticas históricas, con todo un progreso de lo impresionista y sus efectos instantáneos al expresionismo y su impacto emotivo. Solamente me detendré, a manera de ejemplo, en una propuesta reciente que me atrae por su modernidad. Me refiero a lo que llama “paisajes viajados”. Lo remitiría al término “Aerial art” que en una de sus acepciones designa el arte que traduce la nueva perspectiva proporcionada por el viaje aéreo, como el de un avión. A éste podríamos llamarlo “Car art”. Además de nuevos puntos de vista implica un cambio en la rapidez de percepción. Nuevo hallazgo de tan rica y valiosa trayectoria.

El párrafo anterior sirve para lo que vendrá a Montemuzo, como han de confirmarnos el título “Somontanos“ y la mención de los “paisajes viajados”. Y lo dicho puede sustituir de modo sucinto al método con que en tantos casos he descrito una trayectoria plástica a través de fragmentos sucesivos de las críticas publicadas. Al que tampoco renuncio en la ocasión y medida que convenga. Por lo demás, antes de volver a la obra, me parece imprescindible centrarme en la personalidad de su autor, capítulo que bien pudiera haber sido el primero. Fernando Alvira Banzo la desarrolla con muy diversas facetas. Adelantaré que cabe encuadrarlo como profesor, gestor cultural y artista visual (sobre todo dibujante y pintor). En el primer punto bueno es recordar que es maestro, término que, en el uso histórico se aplica al docente y también a la máxima categoría en los gremios (así llamamos a los grandes pintores del pasado), y licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona. No olvidaré que obtuvo el título de doctor en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza, con una tesis que tuve el privilegio de dirigir. Esto nos conduce a su cometido de historiador y al de escritor de arte, que retomaremos un poco más abajo. Ha de añadirse su profesorado de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza, en el campus de Huesca.

Ha escrito libros con los catálogos de obra y biografías de Martín Coronas Pueyo, León Abadías de Santolaria y Félix Lafuente Tobeñas. Fue comisario de las retrospectivas de Lafuente y Coronas en el año 1989 en la sala de la Diputación de Huesca, la primera, y en noviembre de 2005, en el mismo espacio, la de pintura de Coronas de cuyo fallecimiento se conmemoraba entonces el 75 aniversario. Ha colaborado en diversos periódicos, como Nueva España, Diario del Alto Aragón o Heraldo de Aragón y en revistas como Turia, Flumen, Punto de Encuentro, La Campana de Huesca o Cuatro Esquinas, ocupándose de críticas y/o artículos de divulgación sobre los pintores altoaragoneses de los siglos XIX y XX. Su actividad de historiador le ha relacionado frecuentemente con el firmante. Y de modo muy intenso la de crítico, que a su vez nos remite a su presencia pública en cargos y cometidos. Ambos hemos ocupado en sucesivas etapas la presidencia de la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte (AACA) y la presidencia de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA). Nuestros avatares nos crean continuos vínculos. Así es académico de número de la Real de Bellas y Nobles Artes de San Luis, de la que es vicepresidente primero desde 2009, y también es director del Instituto de Estudios Altoaragoneses, instituciones a las que pertenezco.

Al aludir antes a su presencia en medios, por otra parte, hubiéramos podido citar ilustraciones como la serie Rincones del Altoaragón, publicada en el Heraldo (tantos años mi soporte crítico), con más de 400 dibujos a plumilla. En el campo del diseño gráfico, contribuye acertadamente a la imagen de Enate, con una etiqueta para la cosecha del 2010. Se advertirá como enlazan unos ejercicios con otros, puesto que entramos en el tercer bloque, el de dibujante y pintor. Ha expuesto sin descanso, desde 1968, en individuales y colectivas y se acerca con ello al centenar. Lo que confirma que estamos en el 45 aniversario de su primera individual. Sin embargo, para esta ocasión preferirá mostrar pintura de los últimos trece años, con dominio de los formatos grandes, en la proporción que el espacio lo permita.

Todavía no conozco el detalle completo de las piezas que se traerán; pero me consta que han de distribuirse en cuatro series: «Paisajes viajados», “El Parque, el Jardín», “Somontanos” y “Monegros”. Todas quedan, por descontado, dentro del paisaje. Tanto que convendría dedicarle unas líneas a este género, entendido como temática, aunque forzosamente hayan de sujetarse a la solicitud de brevedad. Es ilustrativo, no obstante, pensar en cómo se concibe el paisaje en nuestros días y en el espacio en que vivimos. Según la Academia podemos identificar los términos paisaje y país. Que vienen a ser una porción de terreno considerada en su aspecto artístico. Por más que no se imponga del todo como género hasta el siglo XIX -en España domina desde la Nacional de 1900-, el uso de ambos términos es muy anterior. Los espacios naturales aparecen desde muy antiguo en pintura, por lo menos como escenario. Y no hay que dejarse engañar por el aparente carácter evasivo que tiene la simple vista de un territorio, cuando no requiere unos seres para justificarla. Los escritores clásicos, a partir de Epicuro, consideraron la naturaleza como lugar de descanso para el espíritu humano. Desde esta concepción se presupuso la objetividad absoluta y la falta de intencionalidad del artista, cosa nada cierta puesto que la ideología se deja sentir en los variados enfoques. Se pueden seguir las vicisitudes del paisaje occidental (el oriental es otro mundo) por lo menos desde el realismo. Pero no parece imprescindible aquí, por más que muchas resurrecciones de hoy acentúen referencias neorrománticas o realistas. Del siglo XIX bastará con no olvidarse del impresionismo, cuyo rey es el paisaje, en el que, con asiduidad, introduce las variantes de tiempo (estacional, atmosférico y horario) que, al valorar las mudanzas, conduce a fijarse en el movimiento. Conviene insistir, sea como fuere, sobre las importantísimas variaciones que ofrece a partir del XX. Aunque haya resurgido la proyección de sentimientos sobre la descriptiva geográfica, antes y después han influido ya la velocidad (véase el caso que nos ocupa), la foto aérea o el desarrollo científico. Todo ello nos ha dado nuevos ojos para la naturaleza que, por otra parte, cada vez se halla más humanizada, es decir ha sufrido más impactos de las actividades de los hombres. Lo que parecería conducirnos a un paisaje con mayor presencia del poblamiento y la tecnología. Simultáneamente la libertad que propiciaron las vanguardias ensancha, sin duda, los límites del paisaje. Ante la queja y el rechazo que ocasionaban sus tonos puros, Raoul Dufy decía a un espectador: «La naturaleza es una mera hipótesis». Lo que se entiende como un simple apoyo para que el artista plantee soluciones directamente pictóricas. Y si los fauves abordan problemas de colorido, los cubistas, que hacen éste más sobrio, casi pierden el interés por la realidad objetiva. Conocida es también la sencillez y fuerza que imprimen los expresionistas alemanes o la aportación del futurismo en los ámbitos urbanos o suburbanos. Y así sucesivamente hasta los conceptuales (que definirían el paisaje como lo que el artista presenta como tal) y las posteriores neovanguardias.

De la primera serie a exponer, «Paisajes viajados», me ocupaba ya un tanto en el comentario que arriba figura y a ella se alude varias veces. Creo que es la más antigua de las cuatro, y diré que Fernando Alvira es un viajero por obligación y devoción. Viene mucho a Zaragoza, hasta el extremo de que siempre lo imagino a mitad de camino, en la carretera. Eso le lleva -supongo- a captar el entorno de manera mucho más horizontal, más “apaisada”, que la que propiciaría la quietud de los ojos. Además, acaso el movimiento, como la distancia, tiendan a que perdamos pormenores. La primera mancha de algunos originales, muy rápida y gestual -nos dice el mismo Fernando- pide que deje en paz la tela. El gesto está, en esas ocasiones, por encima de cualquier otra consideración. Claro que no descuida otros aspectos como el color, la materia o las texturas. Por mi parte tengo bastantes obras en la memoria. He deducido que la horizontalidad conducía a planos paralelos o casi en altura, de suelo a línea de horizonte y cielo, por lo que la distancia vendría dada por las zonas oblicuas y los distintos tonos, su alternancia y luminosidad. Claro que eso se cumple de lleno en los paradigmas geográficos más llanos

Parece que al llegar a cien piezas cerró la serie, como hace en otras, y entró en «El Parque, el Jardín». Trata entonces tres ámbitos diferentes: el parque de Huesca, el Carmen de la Victoria de la Universidad de Granada, y un jardín familiar en Castelldefels. Tengo siempre ante la vista un cuadro al que tengo particular aprecio, aunque no sea un gran y ambicioso formato. Su centro es un banco que rima con los verdes del parque urbano que lo rodea, al que suma un suave contraste florido. Y también identifico con este grupo una pequeña nota que conservo, a base de tinta, acuarela y lápiz, pese a su carácter menor. Permite advertir que este bloque funciona más gráficamente tratado, más inmóvil y atentísimo siempre a los problemas de luz.

El propio autor afirma que aquí paró de contar número, porque los paisajes viajados seguían interesándole más. De modo que las dos últimas series, “Somontanos” y “Monegros”, recuperan el influjo de los viajes, del movimiento. Respecto al uno, los desplazamientos de orden familiar a La Litera le llevaron a recorrer la comarca del Somontano, y continúa acercándome a los Somontanos de Guara, ahora armado con la caja de acuarelas. Se detiene en el camino a tomar notas, con todo la pausa necesaria. De hecho su última exposición en el Palacio de Villahermosa de Huesca, consistía en más de medio centenar de esas acuarelas de recorrido. Los Somontanos son motivo que siempre le ha interesado, como se ha visto desde 1968. Y eso proporcionó el título para Barbastro en el 2011. Cuando un tema preciso le ha llenado suficiente lo lleva a formatos mayores. Las piezas de las dos últimas series llevan el mismo proceso.

En realidad el paso a la cuarta serie, a “Monegros”, responde al cambio de trayectoria para ir a La Litera. En los últimos viajes ha estado mucho por la zona de La Gabarda, que tiene -nos dice él- una cromática insultante. Queda en el norte de los Monegros; pero Fernando quiere seguir bajando por Alcubierre hacia Zaragoza, porque tiene mucho tajo -siempre en palabras suyas-. Le seducen la luz y trabajar el color, los cielos de los Monegros y los farallones que se levantan en medio de lo que era secano y ahora es cada vez más regadío. Ante éste y otros modelos le interesa pintar, léase el arte de poner colores en una superficie, así como la buena mano y oficio. Con frecuencia deja entrever su propio estado de ánimo. Y siempre, por su alta sensibilidad a la luz, se escuchan resonancias impresionistas en su mudable temporalidad.

Pero también es un intelectual, un hombre de cultura que investiga y pinta. Si con los conceptos históricos atribuimos a la forma los elementos racionales y al color los sentimientos y afinidades emotivas con el tema, no cabe duda del excelente equilibrio que ha de imperar y de hecho impera en la obra de Fernando Alvira Banzo.

Ángel Azpeitia Presidente de honor de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA)

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