En la clase de Historia del Arte que impartía Rafael Santos Torroella en la Escuela Superior de Bellas Artes San Jorge de Barcelona el curso 1972-73 comenzó mi interés por la figura y la obra de Goya. A la hora de planificar el trabajo que debíamos realizar para esa asignatura, tomé la figura del artista aragonés y universal centrando mi reflexión en el momento en el que abandona la pintura de salones y estancias de la realeza y la burguesía y vuelve los ojos hacia la realidad en la que había nacido.
El trabajo se extravió pero, pese a los años transcurridos, creo recordar que la el hilo conductor de un texto, abundante en recursos tipográficos, se basaba en algunos párrafos de una de las cartas a su amigo Zapater en los que le comentaba su amistad con algunos ilustrados cuyas teorías no llegaba a entender del todo, pero le dejaban una desazón considerable a la que su nueva pintura pretendía dar respuesta.
En la encrucijada entre la representación preciosista de la alta sociedad y la muestra de las crudas imágenes que le brindaba la realidad social del país , creo recordad que aseguraba (con total aplomo y con el poco rigor que me permitía mi escaso conocimiento del artista…) que se había decidido por el segundo de los caminos.
Desde ese momento tuve ojos casi en exclusiva para sus pinturas negras y para las colecciones de grabados, especialmente los desastres de la guerra y los caprichos (aunque nunca dejé mirar de reojo el retrato de la condesa de Chinchón ni el retrato de la familia de Carlos IV preguntándome cada vez como no había sido fusilado a la entrega del mismo…)
Y lo llevé a la práctica comenzando a copiar, a partir de 1975, algunos de sus dibujos utilizando plumilla, carbones o pasteles, y a elaborar algunas pequeñas piezas, incluido un autorretrato, en papeles de diverso gramaje de las que solo se han salvado una pocos que han ido de estudio en estudio a lo largo de los cuarenta años transcurridos.
El regreso definitivo a Huesca, en 1976, supuso la interrupción de ese trabajo. Manolo Gomollón, en cuya recién estrenada galería Itxaso, había expuesto con Pablo Subías, me ofreció la dirección de su sala en Zaragoza. Tras consultar con Santos Torroella que se limitó a indicarme que vale más ser cabeza de ratón que cola de león, decidí aceptar. Inmediatamente me llegó la oferta de Ángel Sanagustín para que dirigiera su galería de Huesca, la S’Art, y la posibilidad de la vuelta a casa pesó suficiente a la hora de volver.
La amistad de siempre con los Salesianos, echó de manera definitiva el cierre al trabajo que había comenzado en Barcelona, en un ático de la calle de Sarriá, y luego en la calle Aragón. José Arlegui me pidió que diera las clases de dibujo y cuando acepté, pensando que se trataba del colegio en el que había estudiado en mi infancia, me encontré con diez grupos de primero de BUP y algún que otro COU del colegio Altoaragón…
No dejé del todo el trabajo de pintor y dibujante pero decidí que los ratos, pocos, que me quedaban para el ejercicio de la pintura los emplearía para salir al campo y enfrentarme al paisaje. Tenía al alcance de la conversación uno de los mejores maestros que había dado esa especialidad en España, José Beulas, y tenía al alcance de la mirada uno de los paisajes más poliédricos de la península, si bien siempre he preferido el más próximo.
El paso a la Universidad de Zaragoza, en 1985, supuso una ampliación de mis posibilidades en el ejercicio de la pintura aunque no dejé de utilizar el paisaje como asunto de mi trabajo. Ampliando eso sí, la mirada, hacia el resto de la provincia de Huesca. Los compromisos con la administración universitaria me convirtieron en un viajero pertinaz, al que comenzó a interesar esa nueva visión del paisaje a toda velocidad, como lo ha definido Antón Castro, y la comencé la serie paisajes viajados, que nació con vocación centenaria como el resto de las series que le habían precedido, pero que sigue produciendo piezas que ya debo contar por miles.
El trabajo sobre Goya quedó adormecido en el cuerso 1976-77 aunque no mi interés sobre su vida y su obra. Algunas conferencias y bastantes horas de clase en estos últimos años han dejado claro que mi interés por el pintor aragonés sigue vivo.
El 20 de septiembre de 2015 comienzo una nueva etapa, jubilosa, y creo que ha llegado el momento de retomar aquel viejo proyecto al que ahora podré dedicar el tiempo que necesite. Cuento además con una de las bibliotecas mejor dotadas en bibliografía sobre genio, textos e imágenes, que me van ayudar en este momento. No abandonaré el paisaje, pero creo que ha llegado el momento de concluir el trabajo que comenzara hace cuarenta años en la clase de Santos Torroella. Allá voy.