Mi relación con Laluenga era frecuente en los ochenta. Mi padre acudía con frecuencia a casa Castro y lo acompañé en varias ocasiones. Especialmente para dejar constancia de las dos piedras talladas por Javier Sauras para la fachada. Dos maceros al modo de los de la audiencia de Zaragoza, a los que dotó de ese rotundo sentido del dibujo que alberga la totalidad de su obra con independencia de su condición de figurativa o no.

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